
¿Te has preguntado por qué casi nunca vemos a una persona con discapacidad en una cancha, un gimnasio o una ciclovía? No es falta de ganas. Es exceso de barreras. Cada 3 de diciembre, el mundo recuerda que la discapacidad existe. Se organizan actos, se pronuncian discursos y se publican cifras que incomodan: el 16% de la población mundial vive con alguna discapacidad. Sin embargo, esa proporción no se refleja en los espacios deportivos.
La evidencia es clara: las personas con discapacidad tienen hasta un 62%[1] menos probabilidades de cumplir con las recomendaciones de actividad física que el resto. La mayoría de las veces, esto no es una elección personal, sino la consecuencia de desenvolverse en entornos que no consideran la diversidad: ciudades poco accesibles, infraestructura deportiva que ignora la inclusión, falta de adaptaciones y prejuicios que siguen vivos. En Chile, el II Estudio Nacional de Hábitos de Actividad Física en Personas con Discapacidad muestra que un 60% se considera inactiva y solo un 14% activa. [2] Olimpiadas Especiales Chile advierte que las barreras de accesibilidad y la falta de compañeros para practicar deportes son factores determinantes en esta exclusión. [3]
Entonces, ¿por qué insistir en el deporte como herramienta de inclusión social? Porque el deporte no es solo movimiento: es pertenencia, comunidad y alegría compartida. En una cancha no importa de dónde vienes; importa el trabajo en equipo para lograr el objetivo, para compartir triunfos y derrotas. Estamos hablando de autoestima, de redes y de oportunidades. Si bien el deporte y la actividad física no resuelven por sí solos la exclusión, son una herramienta poderosa. Un niño que descubre que puede jugar básquetbol o tenis en silla de ruedas quizás luego se atreva a opinar en clases. Una mujer con discapacidad intelectual que encuentra en la natación un espacio para fortalecer su confianza puede enfrentar el mundo laboral con otra mirada.
¿Qué falta para que esto ocurra? Primero, asumir que el problema no está en las personas, sino en su entorno. Necesitamos infraestructura accesible, formación para entrenadores y profesores en deporte adaptado e inclusivo, programas que contemplen ajustes razonables, reducir las barreras para el acceso al equipamiento especializado y, sobre todo, incluir a las personas con discapacidad en el diseño y evaluación de programas deportivos. Finalmente, debemos cambiar nuestras creencias. Ver a una persona con discapacidad entrenando en su barrio o trotando en el parque es un mensaje potente: todos tenemos derecho al movimiento, al juego y a la recreación. La inclusión empieza cuando abrimos la puerta de la cancha y decimos: “tú también eres parte de este equipo”.
Este 3 de diciembre, la verdadera inclusión no se juega en las palabras: se juega en la cancha.
Carola Rubia
Directora ejecutiva
Fundación Descúbreme
[1] https://www.thelancet.com/article/S0140-6736%2821%2901164-8/fulltext
[2] https://s3.amazonaws.com/page-mindep.cl-new/sigi/files/20606_resumen_ejecutivo_ii_estudio_nacional_de_h_bitos_de_actividad_f_sica_y_deporte_en_poblaci_n_con_discapacidad_.pdf